Tropezar, caer, permanecer. (Parte III)
(Antes parte II)
(Antes parte II)
Trato de recordar mis manos. Eran blanquísimas, delicadas y suaves, a lo mejor las tenía así por que jamás en mi vida hice algo en casa, para eso había gente que trabajaba en eso y que por cierto lo hacía bastante mal. Pero bueno, el asunto es que mis manos eran todo y a pesar de no recordar que era antes de estar aquí, recuerdo perfectamente (quizás lo haga por que es obvio), lo útiles que eran. Con ellas traté de entregarme al máximo, ya sea mediante cariño o golpes, según fuera la ocasión.
Ya no tiene sentido seguir sintiendo algo con esta poca existencia que me va quedando, sólo desearía permanecer aquí sentada, acostada o como más me acomode sólo a esperar que venga alguien o algo a rescatarme. Ya no me siento tan bien y si dependiera de mí, me arrancaría ambos pulmones y los tiraría lejos, pero como mis manos ya no me cooperan tendré que esperar a que ellos solos decidan suicidarse y terminar también con mi vida.
Estoy aburrida. Me gustaría tener por lo menos un poco de calor aquí, mi cuerpo está comenzando a congelarse y a sentir escalofríos... ¡qué extraño!, comienzo nuevamente a
sentir mis brazos, mis manos, mis pies y mi cabeza. Ahora logro ver otra vez, aunque no me sirve de mucho por que todo lo que me rodea está en absoluta oscuridad, pero por lo menos tengo todo bien puesto y en orden. Vuelvo a ser feliz, trato de encontrar una salida, comienzo a sudar de una manera exagerada y en oposición al tremendo frío que me envuelve. Escalo por la inmensa montaña, la luz viene hacia mí, veo gente, veo colores. El existir se me hace fácil, todo claro, todo real. Siento amor, siento cariño y lealtad, siento guerra, hambre y frío y cuando ya comienzo a ver la luz como parte de mí y como única escala para subir por este abismo que me mantuvo prisionera por tanto tiempo, mis pulmones deciden cortar el camino, y pasar a llevar todo lo que me costó llegar hasta acá. Deciden terminar con su vida... y con la mía. En ese instante me sentí dentro de un gran abismo.
Ya no tiene sentido seguir sintiendo algo con esta poca existencia que me va quedando, sólo desearía permanecer aquí sentada, acostada o como más me acomode sólo a esperar que venga alguien o algo a rescatarme. Ya no me siento tan bien y si dependiera de mí, me arrancaría ambos pulmones y los tiraría lejos, pero como mis manos ya no me cooperan tendré que esperar a que ellos solos decidan suicidarse y terminar también con mi vida.
Estoy aburrida. Me gustaría tener por lo menos un poco de calor aquí, mi cuerpo está comenzando a congelarse y a sentir escalofríos... ¡qué extraño!, comienzo nuevamente a
sentir mis brazos, mis manos, mis pies y mi cabeza. Ahora logro ver otra vez, aunque no me sirve de mucho por que todo lo que me rodea está en absoluta oscuridad, pero por lo menos tengo todo bien puesto y en orden. Vuelvo a ser feliz, trato de encontrar una salida, comienzo a sudar de una manera exagerada y en oposición al tremendo frío que me envuelve. Escalo por la inmensa montaña, la luz viene hacia mí, veo gente, veo colores. El existir se me hace fácil, todo claro, todo real. Siento amor, siento cariño y lealtad, siento guerra, hambre y frío y cuando ya comienzo a ver la luz como parte de mí y como única escala para subir por este abismo que me mantuvo prisionera por tanto tiempo, mis pulmones deciden cortar el camino, y pasar a llevar todo lo que me costó llegar hasta acá. Deciden terminar con su vida... y con la mía. En ese instante me sentí dentro de un gran abismo.
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