domingo, julio 24, 2005

Del baúl de las fatalidades


El agujero de la verdad
Metí mi cabeza en el agujero, era lo bastante grande como para introducir mi cuerpo, pero sólo quise echar una mirada al interior para ver que era lo que estaba pasando allí.
Una luz tenue se podía avistar en el fondo, algo así como un has que se originaba desde el interior hacia el exterior y que en ocasiones me hacía parpadear rápidamente, ya que era demasiado fuerte para mí.
De pronto, aquella luminosidad se tornó un tanto rojiza provocando curiosidad en mí. Decidí ir más allá y luego de un segundo ya me encontraba metida completamente en aquel agujero. Era húmedo y el olor que se desprendía de sus paredes era lo bastante desagradable como para salir enseguida. Sin embargo, quise continuar con esto de la exploración y el seguimiento de la luz porque, claro, en ese momento no tenía nada que hacer más importante que perseguir una cosa que cambiaba de color constantemente y que me provocaba esa misma curiosidad que mató al gato.
Lo más impresionante que ocurrió en ese momento fue la iluminación total del lugar. Al principio pensé que alguien del otro lado había encendido una linterna para alumbrar mi camino, pero no fue así. Las paredes se llenaron de colores inimaginables y de figuras un tanto abstractas que difícilmente podían descifrarse, pero que al ser tan bellas invitaban a la contemplación.
Comencé lentamente a mirar a mi alrededor y me encontré con dibujos de mí misma, caricaturizada y bien definida, arcoiris mágicos y algunas letras escritas como por un niño pequeño haciendo su caligrafía para el colegio. Me costó unos minutos entender lo que decía aquella frase, pero cuando por fin lo hice, cuando por fin pude ver qué es lo que decía eso escrito en la pared del agujero, preferí salir inmediatamente, retrocedí lo más rápido que pude y salí al exterior desde el mismo lugar por donde entré sin desear en mucho tiempo volver a ese lugar.

1 comentario:

Johann Wegmann dijo...

me gusta el relato, tiene calidad. Bueno el recurso de no explicitar las letras escritas, dejando el campo abierto para una serie de especulaciones, aunque acerca demasiado al lector con la historia personal del autor, por defecto.