La dulce brisa llegaba a su cara justo cuando los deseos de sentir algo agradable llenaban sus sentidos.
Cuando el calor de su cuerpo era casi despreciable, la melodía del viento se hizo presente en su mejilla, besándola dulcemente durante una tarde de verano.
Las horas se llevaron una parte de su existencia y si no fuera por la prisa de sus ojos, el calendario ya estaría remarcado con rojo.
Los pies fríos le recuerdan que los calcetines aún están guardados. Aún no es tiempo de sacarlos, el sol todavía tiene imperancia.
Por la ventana, los árboles le sonríen a este trocito de calma. Al son de las micros, también agradecen un segundo de paz.
Horas en que no suena el teléfono. Días en que las manos rayadas a crayones se juntan en un palito de helado.
Un gato se mece sobre un cojín a medio terminar, unos cubrecamas chilotes tranquilizan la tarde y el silencio le tiene sujeta las cuerdas vocales.