Hojas crujientes
Siempre era lo mismo: la salida a la plaza para almorzar y la búsqueda de hojas secas para pisar.
Siempre era lo mismo: la salida a la plaza para almorzar y la búsqueda de hojas secas para pisar.
La abuelita llevaba en sus manos la pequeña olla con sopa. Sentaba a la niña en una banca, pero ella sólo quiere columpiarse.
- Te prometo que de ahí me tomo la sopa.
Y cumple su promesa. Corre hacia su abuela y abre la boca como queriendo comerse el mundo.
- Una por la mamá. Otra por el papá.
Terminado el consomé, las dos amigas prosiguen su camino entre el cesped, el señor que lo riega y las hormigas que se suben por la pierna de los niños bailando al compás de "Mazapán".
- "Una cuncuna amarilla..."
En el jardín infantil le pidieron hojas de árboles. Todas diferentes. Diez en número.
Recolectaron hojitas toda la tarde. Algunas aún verdes, otras rojizas, cafés y por supuesto una que otra crujiente.
Años después, muchos años después sucede esto: la abuelita no está, duerme entre las nubes. Y la niña ahora se deleita pisando hojas secas, tal como antes, pero ahora la música la lleva en CD y la sopa sólo para el invierno.